
El ladrón de penas
Escribir es ya de por sí un misterio y leer un intento de desvelarlo, pero algunas veces suceden cosas difíciles, si no imposibles de explicar. Podría ser el caso de una historia que no ha sido imaginada por nadie, ni siquiera por su autor, quien se ha limitado a transcribir el dictado de una serie de personajes que afirman ser tan reales como la propia historia.
Hasta aquí todo parece ser una presentación un tanto surrealista de una novela, eso sí, bastante singular. Pero demasiadas veces se dan extrañas coincidencias. Los amigos íntimos, esas personas ideales que han leído el primer borrador se han visto envueltas en una tormenta, sin poder cerrar los ojos a un chubasquero rojo que lleva puesto alguien. Eso mismo le ha pasado al autor y todos han tenido pesadillas.
Es posible que una historia que no tiene parecido con ninguna otra, haya creado un libro mágico capaz de entrelazar dos realidades, la del lector y la de sus protagonistas, manteniéndose el autor al margen de todo lo que va a ocurrir.
Lo cierto es que todo comienza en un hotel en el que alguien iba a poner fin a sus días, al cabo de desencadenarse una tormenta. Es un hombre desesperado que va a conocer a una mujer en su misma situación, es quizá su destino, pero ese hombre que lleva puesto un chubasquero rojo no tiene piedad alguna, ni siquiera con el lector.
Perder el sueño con semejante aventura, tras un misterio indescifrable, persiguiendo un amor imposible, será lo inevitable, además de enfrentarse a un final tan inesperado como la extraña dedicatoria que viene al principio del libro y que advierte de no enamorarse jamás durante una tormenta y de tener cuidado al ver a alguien con un chubasquero rojo.
Lo importante es aprender sobre uno mismo, ya que ese es el eterno juego entre la vida y la muerte; es un consejo que no podía faltar en una nota al final del libro en la que el autor se despide, y eso mismo es lo que hago ahora.
Antonio Jódar Calpe