Hubo un momento en el que sentía que había perdido el rumbo. Tenía trabajo, salud, cosas andando... pero por dentro me sentía desconectado. Como si estuviera en piloto automático. Y por más que lo hablaba con gente cercana, no lograba encontrar claridad.
No buscaba consejos. Ni frases motivadoras. Solo necesitaba ordenar el ruido interno.
Fue en ese contexto que llegué al coaching personalizado. No sabía bien qué esperar. Y lo que encontré fue, sobre todo, espacio. Un espacio para pensar en voz alta, para frenar sin sentir culpa, para explorar qué me estaba pasando sin que nadie tratara de “arreglarme”.
Y aunque parezca simple, que alguien te escuche de verdad, sin juicio, y te devuelva preguntas que te hacen mirar distinto, puede cambiar mucho.
No me transformé de la noche a la mañana. Pero empecé a entender de dónde venían mis dudas, mis miedos, y mis ganas también. Aprendí a escucharme mejor. A tomar decisiones más honestas. A soltar expectativas que no eran mías.
Hoy me sigo preguntando muchas cosas. Pero ya no desde la angustia, sino desde la curiosidad. Y eso, para mí, ya es estar en otro lugar.